El Salvador, País Portátil

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El Museo de la Palabra y la Imagen, MUPI, es una iniciativa ciudadana dedicada a la investigación y difusión de la historia y cultura salvadoreña. En San Salvador, la capital del pais centroamericano El Salvador tiene una sala de exposición y proyecciones audiovisuales, así como un valioso archivo histórico. Sus exposiciones itinerantes recorren todo el país con temas erlacionados con identidad y memoria histórica.

País Portátil, Memorias e Identidades

Desde la perspectiva de nuestro trabajo en el Museo de la Palabra y la Imagen, como una iniciativa de la sociedad civil, partimos de la convicción de que todo esfuerzo por explorar nuestras identidades y memoria histórica, debe cimentarse en algo tan esencial como es el rescate, conservación y proyección de nuestro patrimonio cultural e histórico, pues a través de ello nos aproximamos al mundo simbólico de las representaciones de las comunidades y las apropiaciones que estas hacen de ese patrimonio. Esto lo hemos impulsado bajo dos ejes, primero, la participación de las comunidades en la indagación de sus raíces culturales y en la fijación de sus propias memorias, y segundo en la autogestión, que nos permita afrontar las tareas de conservación de las colecciones que conforman el archivo del MUPI.

Colecciones que tienen dos orígenes, el archivo que fuimos conformando durante los once años transcurridos en las montañas de Morazán, durante la guerra cuyo desenlace negociado, permitió abrir los espacios políticos, sin los cuales, seria impensable los trabajos de la memoria que hacemos por todo el país. Esta colección esta constituida por un amplio archivo audiovisual sobre la guerra civil de los ochenta, integrado por alrededor de treinta mil fotografías, miles de películas, manuscritos y objetos, con los cuales hemos producido la exposición «De la Guerra a la Paz» que recorre centros educativos por todo El Salvador.

La segunda vertiente de nuestras colecciones, tiene su origen en la respuesta de la sociedad a la campaña que emprendimos en 1996, campaña que llamamos «contra el caos de la desmemoria», la cual tuvo una abrumadora respuesta, traducida en la donación o préstamo de numerosos documentos sobre nuestra historia cultural, y que estaban en peligro de desaparecer para siempre.

Memoria y Reparación

Iniciamos el trabajo editorial del Museo de la Palabra y la Imagen, con la publicación del libro testimonial «Luciérnagas en El Mozote», el cual trata sobre la masacre de mil campesinos de Morazán ejecutada en 1981, suceso que durante años la administración Reagan trato de ocultar, de borrar de la historia, intentando un asesinato de la memoria, que nos recuerda lo que Simón Whiesenthal relataba sobre los oficiales nazis cuando estos le decían a su victimas: ninguno de ustedes quedara para dar testimonio, pero si alguno se salvara, el mundo no les creerá…¨

Por ello, la primera iniciativa pública del MUPI, fue la publicación de este libro, porque enfrentar un pasado que se había tratado de ocultar y suprimir de la historia, es mucho más difícil que recordar sucesos olvidados.

Acabamos de realizar la sexta edición, y ya se está agotando porque se ha constituido en un referente de lectura en colegios y universidades.

Otro esfuerzo que ha creado espacios extraordinarios para la memoria y la reparación, es el realizado por el Comité Pro monumento a las victimas civiles de violaciones de los derechos humanos, que erigió en el Parque Cuscatlan un memorial con los miles de nombres de salvadoreñas y salvadoreños asesinados o desaparecidos, un acto de justicia y reparación moral contemplado en las recomendaciones que la Comisión de la Verdad hizo al Estado y a los firmantes de los Acuerdos de Paz, recomendación que no cumplieron, y que solo fue posible por este esfuerzo de la sociedad civil, un memorial que año tras año convoca a los familiares de la víctimas y a parte de la sociedad, al reencuentro con los secuestrados y asesinados muchos de cuyos cuerpos jamás se supo donde quedaron, y cuyas madres cada 2 de noviembre, no tenían donde enflorar su recuerdo y procesar su luto.

Memoria, Literatura, y país portátil

Entendiendo la estrecha relación existente entre la literatura y los ámbitos de las identidades y las memorias, en parte coincidiendo con la importancia que Benedict Anderson le asigna al papel que juega la literatura en la formación de comunidades imaginadas, emprendimos una investigación, cuyo resultado fue la exposición documental «Roque Dalton, la palabra del volcán», esfuerzo que inició con la recolección de la obra del poeta en los baúles de sus amigos y familiares, e incluyó la repatriación del archivo personal

, que se encontraba en México en peligro de desaparecer. A través de la obra de Roque Dalton, fuimos haciendo hallazgos, siguiendo las huellas intangibles de nuestras identidades. Encontramos que Roque es un espejo donde nos imaginamos a nosotros mismos. En su narrativa y sus versos, en el humor cáustico que de la tragedia hace carcajada, en su lenguaje, el mismo que encontramos en calles, mercados y en los buses, en sus poemas que nos hablan sobre nuestra alma nacional, y sobre nuestra memoria, en su nicho de dolor, violencia y contradicción. Como nadie, Roque dibujo el país secuestrado y el país portátil que todos llevamos dentro, unos para usufructo y, otros para construirlo en la desconocida equidad. En este archivo personal de Roque, junto a las cartas a la madre, los ensayos, los altos versos, los panfletos, la rabia y la ternura, esta el país  imaginado por muchos.

Y es que cuando en un manuscrito, en una fotografía, en un relato oral, se hace presente eso que llamamos la conciencia histórica, cuando un poema, o una novela reescribe la historia de personajes anónimos y de sus vidas privadas torcidas por la historia colectiva, nos interesa y la exploramos porque se hace presente la historia desde abajo, aflora de los substratos del olvido, la micro historia, proporcionándonos temas y personajes fundamentales para comprendernos y para re-imaginarnos, para reinventarnos.

Entendiendo que en nuestra literatura se atesora llaves extraviadas de la memoria, y resquicios de nuestras identidades, proseguimos con la intención de aproximarnos a archivos personales de pensadores y escritores. Trabajamos a Masferrer, Geoffray Rivas, Claudia Lars, Maria de Baratta; cuando tratamos de buscar manuscritos de Francisco Gavidia, algunos de estos habían sido extraviados o destruidos en una dependencia pública. Cuando indagamos sobre el paradero del valioso archivo personal de Salarrué, nos horrorizó el encontrarlo en la ex-casa presidencial de San Jacinto, atacado por las polillas. De allí lo extrajimos gracias a la donación que nos hiciera la Fundación Salarrué.

Intrahistoria, Género y Memoria

Por primera vez leímos el término intrahistoria, en un texto de Miguel de Unamuno, donde el pensador español sostenía que todo lo que cuentan a diario los periódicos, «el presente momento histórico», no es sino la superficie del mar, una superficie que se hiela y cristaliza en los libros y los registros escritos. Decía Unamuno que los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombres y mujeres sin historia, dedicados a largas horas de trabajo bajo el sol, en una vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo del mar.

Aunque Unamuno utilizo el término intrahistoria, no trabajo en busca de una definición más precisa y lo relacionó con un concepto muy personal de tradición, nosotros lo hemos apropiado para de alguna manera dar nombre a una visión que tenemos a la hora de escoger los temas y personajes a investigar, temas, que por lo general son sugeridos por las comunidades con las cuales trabaja el MUPI. Y esta visión, nos ha llevado a escaparnos de los territorios de la ortodoxia en investigación histórica, apartarnos del paradigma tradicional e incursionar en otras formas de hacer historia, establecer otras causalidades y versiones.

En ese intento nos planteamos reconsiderar la historiografía como disciplina, al tomar en cuenta la historia de las mujeres, no como un elemento decorativo, de moda, o con sex appeal para atraer fondos de la cooperación, sino como el enmendamiento de una historia fragmentada y excluyente.

De la misma manera, como Anderson pone énfasis en la importancia de los documentos escritos en la conformación de las identidades, nosotros colocamos énfasis en dar espacios a la historia conservada por las comunidades donde existe un alto grado de analfabetismo. Nos interesa la historia contenida en la palabra hablada, en la imagen, en el maíz que comemos, la historia contenida en la destrucción de los bosques, y en aquello que se construye en sus cenizas, nos interesa la historia resguardada en los seres y comunidades anónimas, una historia desde abajo, la minuciosidad de la historia, que muchas veces nos da más explicaciones de las causalidades, que las que nos proporciona la historia con olor a moho, de monumentos de bronce y discursos laudatorios.

Esa exploración, con esa visión intrahistórica, nos ha llevado a investigar a las mujeres que invisibilizadas en los naufragios de los ocultamientos y olvidos. En ese rumbo nos dedicamos a investigar sobre Prudencia Ayala, mujer triplemente excluida o vilipendiada por la historia oficial, excluida por indígena, por ser madre soltera y excluida por ser mujer. Logramos rescatar sus archivos personales y actualmente, por los caminos salvadoreños, en nuestras exposiciones itinerantes, mostramos a ese personaje, que en la sociedad machista de los años 30, bastón en ristre, se lanzó como candidata a la presidencia del país, desafiando a una sociedad que le negaba a la mujer el voto y la posibilidad de optar a cargos públicos. Esta iniciativa generó una acción social traducida en el reconocimiento de esta extraordinaria mujer, no sólo en una pequeña plaza cerca de catedral, no sólo con el bautizo en nombre de Prudencia Ayala a la calle principal de Sonzacate, sino por el conocimiento de las nuevas generaciones a través de la exposición que llevamos itinerante por todo el país.

Memoria, identidad, terremotos y paramientrismo

Una vez producidos los dos terremotos que inauguraron el siglo, mientras sobrevolábamos la cordillera del bálsamo en un helicóptero de la solidaridad venezolana, al ver en el horizonte las montañas con heridas cataclísticas, nos preguntábamos, ¿que respuesta podría dar el MUPI a esa coyuntura de tragedia y dolor?

Fue así que se nos ocurrió explorar el tema de los fenómenos naturales que se han producido en nuestra historia, y comenzamos a interrogarnos:

¿Que impacto ha originado en los salvadoreños y salvadoreñas las inundaciones, los continuos terremotos, y hasta el tsunami que azoto nuestras costas occidentales en 1902?

Este esfuerzo permitió atesorar una colección de imágenes, documentos y objetos, que convertimos en una exposición bautizada con el nombre de un personaje mítico del Popol Vhu, «Kab rakan, la furia de los dioses», exposición que actualmente recorre el país para recordarnos que ante la realidad sísmica del país, no podemos seguir basando los planes de prevención y planificación estratégica en lo que llamamos la filosofía del paramientrismo. Planes «para mientras», que se convierten en realidades para siempre. Del terremoto de 1986, todavía hay construcciones de plástico y zinc, que se había dicho era «para mientras». Ese sino que nos ha tocado vivir, construir y volver a construir lo que se vuelve a destruir, por los istmos o la violencia, ese tejer y destejer que nos impone esa realidad sísmica, nos entrega claves importantes en ese dinámico proceso en la construcción de las identidades.

Memoria y accion social

Hablar de la importancia del papel de la memoria oral en la configuración de esas identidades, que hemos constatado al investigar el levantamiento y el etnocidio de 1932, donde los testimonios orales, contrastados con los documentos escritos, nos permiten aproximarnos a este suceso fundacional de la sociedad salvadoreña de siglo XX.

Durante cuatro años nos adentramos a los cantones del occidente y centro de El Salvador en busca de la memoria colectiva de lo sobrevivientes de la masacre de miles de indígenas durante el régimen del General Hernández Martínez.

La captación de la memoria oral de los sobrevivientes de la masacre, fue tarea difícil debido a la cultura del terror que origino la matanza, y determinando que durante setenta años, en las comunidades sólo se hablaba del tema, en la intimidad del seno familiar. Con esa memoria oral rescatada, realizamos el largometraje documental «1932 cicatriz de la memoria», audiovisual que ha sido visto por miles de espectadores en todo el país, un producto más que se integra como instrumento en nuestra línea de Memoria y Acción social, la cual abre a las comunidades la posibilidad de apropiación de estos materiales documentales, para reflexionar sobre sus identidades y la fijación de las memorias comunales, en el contexto de sus esfuerzos por conquistar reivindicaciones locales, y de acompañarles en posibles proyectos de desarrollo local.

Las comunidades nos han enseñado que la historia no es patrimonio exclusivo de los investigadores inclinados sobre montañas de documentos oficiales. Y es que desde las concepciones contemporáneas de la misma disciplina historiográfica hay apertura a otras visiones de lo histórico. La historia quiere ser también de los sin nombre, pertenece a los «Otros», los que la padecen asomados tras las sombras en un limbo anónimo e invisible.

Y ese emerger de las sombras, lo están logrando algunas comunidades por todo El Salvador, abriendo las compuertas de la memoria, para reforzar las identidades dinámicas en constante transformación, reafirmando su voluntad de seguir imaginando y construyendo el país que queremos, resistiendo a la globalización de las conciencias y a los fundamentalismos posmodernos.

Recientemente, el Museo de la Palabra y la Imagen, realizó una exposición en la iglesia de San Antonio Abad, mostrando manuscritos del siglo XIX y XX, máscaras y trajes de los Historiantes, en la conmemoración del centenario de la Sociedad San Antonio Abad.

Esto se hizo con jóvenes empeñados en no dejar morir los elementos culturales locales, con esa sorprendente universalidad que tiene esta expresión de teatro popular que pervive en ese pueblito que se quedo envuelto en la ciudad capital.

Es la memoria y la identidad que mueve a la acción social de los jóvenes. Ese día, habo flauta y tambor, habo jóvenes danzando, vestidos de memoria y de orgullo, y los cohetes estallaron en la noche de San Salvador. Cuando ustedes se vieron esos fogonazos en la oscuridad, no eran los fuegos artificiales del Mac Donald o del Pollo Kentucky. Erán los cohetes lanzados por las manos de los muchachos de San Antonio Abad, que se alzaron hacia los cielos, para trazar las fronteras imaginarias de una comunidad, una isla en medio de la ciudad, que se niega a morir, que resiste el tsunami invasivo de los gigantescos centros del consumo, que nos ofrecen una copia de Miami, para plantar cemento y palmeras importadas, donde antes había bosques y pájaros ancestrales.

En medio de la oscuridad, la pólvora de los cohetes, nos dibujó al país imaginado, el país portátil, que nos convoca con urgencia.