Palabras de Carlos Henríquez Consalvi,
acto de entrega del Premio Internacional de Cultura Prince Claus de Holanda
El Salvador, 29 de Enero 2009
Al recibir el premio Prince Claus en el campo del periodismo y la memoria histórica, debo advertir que considero que este es reconocimiento a una historia colectiva y en definitiva al pueblo salvadoreño quien ha sido el constructor de lo que se premia este día: los esfuerzos por abrir espacios de libertad, y los esfuerzos por fijar la memoria histórica.
Cuando tratamos de descifrar el por qué, del rumbo que han tomado nuestras vidas, irremediablemente debemos mirar hacia nuestro pasado. En mi caso personal, como un salvadoreño nacido en las montañas andinas de Venezuela, debo rememorar mi infancia, y recordar a mi país natal bajo la implacable dictadura militar, que encarceló y torturó a mi padre, Rigoberto Henríquez Vera y lanzó al exilio a mi madre, Cristina Consalvi, quien me llevó en brazos al destierro, cuando yo apenas tenia tres años. Desde esa edad aprendí en carne propia, el significado de la injusticia y la exclusión. Vivimos en el exilio en México, San José de Costa Rica, y Cúcuta en Colombia, mientras mi padre era prisionero político.
Junto a mi madre soñábamos con retornar a la patria desdibujada en la lejanía y solo pudimos retornar cuando el autoritarismo fue derrocado. Todo lo que soy, se lo debo a mis padres, por ello mi agradecimiento por los valores que me inculcaron y el ejemplo que me legaron.
En Caracas comencé a estudiar una de mis pasiones, Comunicación y Periodismo, en la Universidad Central de Venezuela, que no pude concluir, por esas jugarretas del destino. Siendo estudiante, me enteré del devastador terremoto que en 1972 destruyó Managua. Sentí en ese momento que mi lugar estaba junto a los miles de damnificados que sufrían entre los escombros y los incendios, y emprendí viaje a Centroamérica, para amarrar a estas tierras, mi corazón y mi conciencia.
En Nicaragua conocí los horrores del régimen de los Somoza, y muy pronto, como periodista, con el seudónimo de Carlos Gayo, participé modestamente en los esfuerzos ciudadanos contra la barbarie. Así aprendí a amar la historia y al pueblo nicaragüense.
Al derrocamiento de la dictadura, trabajé como periodista en diversos medios de comunicación. En 1980 me encontraba colaborando en la fundación de una radioemisora, en las comunidades indígenas de la Costa Atlántica nicaragüense, cuando recibí la impactante noticia de la muerte de Monseñor Romero, suceso que fue una señal para interesarme más en la historia y la dramática situación de polarización que vivía El Salvador.
Llegue a San Salvador el 24 de diciembre de 1980 con la intención de fundar un medio alternativo de comunicación, que bautizamos como Radio Venceremos. Durante once años estuvimos en las montañas de Morazán, al frente de la emisora insurgente, realizando un periodismo bajo asedio, una experiencia inolvidable teniendo el cielo y las estrellas como techo, y como acompañantes el valeroso pueblo del departamento de Morazán.
Recibo este premio de Periodismo y Memoria Histórica, no como un reconocimiento personal, porque todo aquello fue un esfuerzo colectivo, mi actuación en esta historia, no hubiese sido posible sin los verdaderos protagonistas, los que entregaron su vida, los campesinos y campesinas que atravesaban ríos y montañas para abastecer de combustible a la emisora, a los jóvenes de Morazán que se convirtieron en improvisados reporteros para sorprender al mundo por su creatividad, aun bajo las difíciles condiciones que imponía el conflicto.
Reconozco el esfuerzo de las compañeras de las radiocomunicaciones pasando noches en vela, descifrando los mensajes en clave, a los jóvenes que accionaban los trapiches para producir el dulce de caña, y los que sembraban nuestro alimento diario, el maíz y el fríjol.
El reconocimiento para vos, Chiyo, que llegaste a la emisora, siendo apenas un niño, luego de que la violencia irracional le quitara la vida a tu madre, y a tu hermana embarazada. Gracias por acompañarnos en tiempos de estruendos, y ahora en tiempos menos procelosos, gracias por continuar en el Museo, entregando tu nobleza y tu amor por la memoria. Saludo esta noche la presencia, de Lety, que junto a Mariposa fué una de las voces femeninas de la emisora.
Esta noche no puedo dejar de recordar a los 23 jóvenes que en algún momento integraron la estructura de redacción o de defensa de la radio, y que entregaron su vida a lo largo del camino… por ello, ésta noche, invoco sus nombres, al sentir su sangre luminosa recorrer las venas de la memoria colectiva: Javier, Montalvo, Tony, Walter, Julito, Chepe, Payin, Mincho, Mito, Abel, Samuel, Tuno, Pedro, Angelita, Exequiel, Alfredo, Morena-Liset, Elizabeth Pirulita, Anibal, Will, Lucas, Ismael, Mabel.
La otra parte del reconocimiento que se recibe esta noche, es para el trabajo por la memoria social, la memoria histórica que se ha realizado el Museo de la Palabra y la Imagen.
Como ustedes saben, el MUPI fue una idea que nació en las montañas, cuando tomamos conciencia de la importancia de conservar las fuentes documentales que permitieran algún día hacer la interpretación de esa historia contemporánea salvadoreña. Fue así que desde los comienzos de los ochenta, comenzamos a guardar una a una, las trasmisiones de la radioemisora, fotografías, cine y video, manuscritos, o evidencias sobre violaciones de los derechos humanos como en el caso de El Mozote.
Firmados los Acuerdos de Paz, el 16 de enero de 1992, nos dimos a la paciente tarea de repatriar esos archivos que se encontraban diseminados por el mundo.
En sus inicios, este esfuerzo solo tenia como sede, un cuarto de cuatro por cuatro metros, allí iniciamos la labor con la ahora antropóloga Georgina Hernández Rivas, actualmente en Madrid, realizado su postgrado, y quien juega un papel vital en la construcción de esta utopía recobrada.
En 1996, el Museo de la Palabra y la Imagen, apareció públicamente con la publicación del libro “Luciérnagas en El Mozote”. Inmediatamente iniciamos las exposiciones itinerantes por todo el país con “La Huella de la Memoria”, Proseguimos con la campaña llamada “Contra el caos de la desmemoria”, que trataba de sensibilizar a la sociedad en la necesidad de rescatar y conservar los documentos, los objetos y fotografías, que casi siempre tenemos en nuestros hogares sobre la historia política y cultural del país. Y la respuesta de la sociedad ha sido generosa, empezamos a recibir centenares de materiales documentales.
Luego de varios años ya tenemos un local propio con salas de exposición, centro de documentación, biblioteca, y espacios para conservar los archivos históricos.
Entendiendo que en nuestra literatura se atesoran llaves extraviadas de la memoria, y resquicios de nuestras identidades, proseguimos con la intención de aproximarnos a archivos personales de pensadores y escritores, como Roque Dalton, Salarrué, Alberto Masferrer, Claudia Lars, Maria de Baratta, y recientemente a Pedro Geoffroy Rivas, con la exposición “Patria Peregrina”, a la cual quedan cordialmente invitados a visitarla en el MUPI.
Logramos movilizar las conciencias, para resguardar parte de nuestro patrimonio cultural. Esto no hubiese sido posible sin la participación colectiva, de la familia de Prudencia Ayala, sin la participación de la familia de Roque Dalton, aquí presente, a la familia de Amparo Casamalhuapa o Pedro Geoffroy Rivas, gracias a las centenares de familias que han confiado en el MUPI, y depositado documentación para ser compartida con toda la sociedad. Las comunidades indígenas nos apoyaron con sus historias orales, que nos permitieron filmar el documental “1932, Cicatriz de la Memoria”, que nos facilitaron producir la exposición “Memoria de los Izalcos”, o elaborar el juego didáctico “Los Izalcos”.
Debemos agradecer a la Fundación Salarrué, a cargo de Ricardo Aguilar, quien nos confió el Archivo Personal de Salvador Salazar Arrué, Salarrué, uno de los mas importantes artistas salvadoreños del siglo XX, archivo que rescatamos de la ex-casa presidencial de San Jacinto, solitario y triste, atacado por las polillas. El legado de Salarrué ha sido sometido a intervenciones de conservación, y ya esta a disposición de los investigadores. Con la correspondencia y los poemas de Salarrué, el MUPI publicó “Sagatara Mio”, que nos muestran a un Salarrué luchando contra sus fantasmas, el hombre enamorado, el personaje de carne y hueso, que se desnuda en las cartas de amor que se intercambiaba con Leonora Nicholson en sus años neoyorquinos.
Todos estos archivos están a la disposición de los estudiosos y los investigadores, con la convicción de que Salarrué es pieza vital en la construcción del país que nos imaginamos. Mantenemos un Museo de sitio donde fuera el hogar de Salarrué, hemos convertido en Dibujos Animados los maravillosos “Cuentos de Cipotes”.
Precisamente junto al entusiasta equipo de este Museo de Arte – MARTE realizamos la Exposición “Sagatara, el último señor de los mares”, resaltando su obra como pintor. Este próximo abril, en el Museo Nacional de Antropología, presentaremos la exposición “Salarrué, una mágica lectura”, uniéndonos a los esfuerzos por fomentar la lectura de nuestros principales valores literarios.
En el campo de la Memoria Social, debo reconocer otro esfuerzo que ha creado espacios extraordinarios para la memoria y la reparación, es el realizado por el Comité Pro-Monumento a las Víctimas Civiles de Violaciones de los Derechos Humanos, que erigió en el Parque Cuscatlán el memorial con los nombres de treinta mil salvadoreñas y salvadoreños, víctimas de violaciones a los derechos humanos durante el pasado conflicto, un acto de justicia y reparación moral contemplado en las recomendaciones que la Comisión de la Verdad hizo al Estado y a los firmantes de los Acuerdos de Paz, y que sólo fue posible por este esfuerzo de la sociedad civil.
Debemos recalcar que en nuestros trabajos hemos tratado de escuchar las señales de una historia construida desde abajo, y por los de abajo.
Lo que Miguel de Unamuno, llamaba la intrahistoria, el pensador español sostenía que todo lo que cuentan a diario los periódicos, “el presente momento histórico”, no es sino la superficie del mar, una superficie que se hiela y cristaliza en los libros y los registros escritos. Decía Unamuno, que generalmente en los medios de comunicación nada se dice de la vida silenciosa de los millones de hombres y mujeres sin historia, dedicados a largas horas de trabajo bajo el sol, en una vida intrahistórica, silenciosa y contínua como el fondo del mar.
Y esta visión, nos ha llevado a escaparnos de la ortodoxia, apartarnos de paradigmas tradicionales, e incursionar en otras formas de aproximarnos a la historia, establecer otras causalidades y versiones.
También nos hemos interesado en la historia contenida en la palabra hablada, en la imagen, en el maíz que comemos, la historia contenida en la destrucción de los bosques, y en aquello que se construye en sus cenizas, nos interesa la historia contenida en los seres y comunidades anónimas, una historia desde abajo, la minuciosidad de la historia, que muchas veces nos da más explicaciones de las causalidades, que las que nos proporciona la historia con olor a moho, de monumentos de bronce y discursos laudatorios.
Esa exploración, con esa visión intrahistórica, nos ha llevado a investigar a las mujeres in visibilizadas en los naufragios de los ocultamientos y olvidos. En ese rumbo nos dedicamos a investigar sobre Prudencia Ayala, esa mujer triplemente excluida o vilipendiada por la historia oficial, excluida por indígena, excluida por madre soltera y excluida por ser mujer. Logramos rescatar sus archivos personales y actualmente, por los caminos salvadoreños, en nuestras exposiciones itinerantes, mostramos a ese personaje, que en la sociedad machista de los años 30, bastón en ristre, se lanzó como candidata a la presidencia del país, desafiando a una sociedad que le negaba a la mujer el voto y la posibilidad de optar a cargos públicos.
Además de incluir en esas exposiciones itinerantes la revalorización del legado de mujeres no menos importantes como Maria de Baratta y Claudia Lars.
Igual sustraemos del olvido, la vida y la obra, y el temple de mujeres como Amparo Casamalhuapa, quien en 1939, en la Plaza central de la capital, en un valiente discurso, fue la única vos que se expreso en público, para denunciar la ausencia de libertades y la corrupción de funcionarios gubernamentales, en medio de una tiranía, que inmediatamente comenzó a perseguirla mediante la instrucción de un juicio militar. En estas mujeres están referentes puntuales de nuestras identidades.
Una vez ocurridos los dos terremotos que inauguraron el siglo, mientras sobrevolábamos la Cordillera del Bálsamo en un helicóptero de la solidaridad internacional, al ver en el horizonte las montañas con heridas cataclísticas, nos preguntábamos, ¿qué respuesta podría dar el MUPI a esa coyuntura de tragedia y dolor?. Fue así que se nos ocurrió explorar el tema, a partir de los fenómenos naturales que se han producido en nuestra historia, y comenzamos a interrogarnos, ¿qué impacto ha originado en los salvadoreños y salvadoreñas las inundaciones, los contínuos terremotos, y hasta el tsunami que azotó nuestras costas occidentales en 1902. Este esfuerzo nos permitió atesorar una colección de imágenes, documentos y objetos, que convertimos en una exposición bautizada con el nombre de un personaje mítico del Popol- Vuh, ¨Kab Rakán, la furia de los dioses”.
Y mas recientemente, pensada para la población escolar en lugares de alto riesgo, hemos producido con el apoyo de Ayuda en Acción y la AECID, un libro, y la exposición “Trémula Tierra”, que actualmente recorre los caminos del país para recordarnos que ante la realidad sísmica del país, no podemos seguir basando los planes de prevención y planificación estratégica en lo que llamamos la filosofía del paramientrismo.
Hablábamos de la importancia del papel de la memoria oral en la configuración de esas identidades, y lo hemos constatado al investigar el levantamiento y el etnocidio de 1932, donde los testimonios orales, contrastados con los documentos escritos, nos han permitido aproximarnos a este suceso fundacional de la sociedad salvadoreña de siglo XX.
Durante cuatro años nos adentramos a los cantones del occidente y centro de El Salvador, en busca de la memoria colectiva de lo sobrevivientes de la masacre de miles de indígenas.
La captación de la memoria oral de los sobrevivientes de la masacre, fue tarea difícil debido a la cultura del terror que originó la matanza, y determinando que durante setenta años, en las comunidades sólo se hablara del tema, en la intimidad del seno familiar.
Con esa memoria oral rescatada, realizamos el largometraje documental “1932, cicatriz de la memoria”, audiovisual que ha sido visto por decenas de miles de espectadores en todo el país, un producto más que se integra como instrumento a nuestra línea de Memoria y Acción Social, que abre a las comunidades la posibilidad de apropiación de estos materiales documentales, para reflexionar sobre sus identidades y la fijación de las memorias comunales, en el contexto de sus esfuerzos por conquistar reivindicaciones locales, y de acompañarles en posibles proyectos de desarrollo local.
En éste enero de 2009, acompañamos a las comunidades indígenas en Izalco a la conmemoración del 77 aniversario de los sucesos de 1932. Un acto que nos recuerda la deuda moral que tienen, el Estado y la sociedad, en realizar la reparación y dignificación de las víctimas.
Y hablando de deudas, tenemos que hacer mención a la responsabilidad que tienen las universidades, los centros culturales, la sociedad civil y el mismo Estado, en poner mayores esfuerzos en abrir espacios para la proyección de las memorias de las comunidades, y la conservación de nuestro patrimonio cultural intangible.
“La historia quiere ser también de los sin nombre, pertenece a los “Otros”, los que la padecen asomados tras las sombras en un limbo anónimo e invisible.”
Y ese emerger de las sombras, lo están logrando algunas comunidades por todo El Salvador, abriendo las compuertas de la memoria, para reforzar las identidades dinámicas en constante transformación, reafirmando su voluntad de seguir imaginando y construyendo el país que queremos, resistiendo a la globalización de las conciencias y a los fundamentalismos posmodernos.
Gracias por el premio que ustedes me entregan esta noche, que es el afecto. Pero quiero hacerles un severo reclamo, porque ustedes, con ese afecto me han creado una confusión, pues ya no se si soy el más salvadoreño de los venezolanos, o el más venezolano de los salvadoreños.
Agradezco al equipo del MUPI, que con una mística, una creatividad sin limites y una entrega total, ha sabido remontar las dificultades, para entregarle a El Salvador, lo que se reconoce esta noche, gracias infinitas a Georgina, Milton, Chiyo, Carlos, Ivonne, Jaqueline, Claudia, Roberto, Tania, Norita, Santos, Rodolfo, Ricardo, Mercedes, a Florian, a Raquel, a todos los los que han colaborado con este sueño, y que son cientos.
Debemos mencionar el apoyo solidario de Agencias de Cooperación, TDH, Hivos, Fundación Boll, Ayuda en Acción, AECID, FIA, EMARTV, Federación Luterana y Diakonia.
Gracias a los colegas de la Prensa que han sido acompañantes imprescindibles para comunicar nuestras propuestas culturales y educativas.
Gracias a la Fundación Prince Claus, y al embajador Matthijs Van Bonzel, por su presencia esta noche, un amigo de El Salvador desde hace 20 años, cuando inicio su carrera diplomática.
Al pueblo salvadoreño, todo mi agradecimiento, por haberme entregado algo tan importante, otra patria, ésta patria, con un pueblo de tan inmensas reservas éticas y morales, y esa fuerza espiritual imbatible.
Gracias a mi hijo Camilo, por compartir el vuelo de las piscuchas, y los castillos de arena, gracias por acompañarme otra vez, a subir y bajar montañas, en un país diferente al del pasado, gracias por mantener en mi, despierto y alerta, el niño que todos llevamos dentro.
Gracias Camilo, caballero de adarga al brazo, de renovados sueños, para dibujar el futuro de equidad, que esta patria sueña.
¡Gracias! … El Salvador.