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Museo de la Palabra y la Imagen: Memoria, Identidad y Cultura en El Salvador

Por Ernest Cañada

Febrero 2010


El Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI), es una iniciativa ciudadana al servicio de la recuperación de la memoria histórica del pueblo salvadoreño y la reconstrucción de su identidad cultural. A partir de un enorme esfuerzo de salvaguarda de registros documentales de distintos orígenes y formatos (audiovisuales, fotografías, manuscritos, objetos,…) se está desarrollando una intensa labor de investigación, difusión pública y debate sobre la historia de El Salvador, su cultura y la identidad de su gente.

El Museo fue creado tras el fin de la guerra, directamente asociado a la labor que había iniciado años atrás Radio Venceremos, la emisora de la guerrilla del FMLN, por conservar la memoria de la lucha social de los años ochenta. Pero poco a poco este esfuerzo se fue transformando y ampliando sus objetivos y actividades. Hoy se ha convertido en una referencia fundamental en el panorama político-cultural de El Salvador. Y esto sólo se explica por el hecho que el Museo ha logrado interpretar su tiempo y convertirse en una herramienta al servicio de los sectores populares para reconstruir sus señas de identidad y su lugar en la historia, y por tanto en el presente y el futuro del país.

Puesta en marcha

La creación del Museo fue un proceso que duró años. Su historia no empezó con la idea preconcebida de hacer un museo con determinadas características, como las que tiene en la actualidad. Todo comenzó durante el conflicto armado que vivió El Salvador entre 1980 y 1992. Algunos miembros de la guerrilla del FMLN que trabajaban en su aparato de comunicación, entre ellos Carlos Henríquez Consalvi, alias Santiago, fundador y voz de Radio Venceremos e impulsor y director del Museo, vieron la importancia de guardar para el futuro la memoria de la lucha social en la que estaban participando. En ese momento empezaron a conservar todas las transmisiones de Radio Venceremos en casetes que cargaban en sus mochilas. Esto provocó algunos roces con los jefes militares guerrilleros, que no comprendían la importancia de esas grabaciones y pensaban que eran muy pesadas para andarlas transportando en medio de la guerra. Después de tres meses de llevar todo este material de un lado a otro, y ante la urgencia de moverse más rápido a causa del avance del Ejército, tomaron la decisión de que cada tres meses mandarían los archivos a Nicaragua, donde serían resguardados. “Por eso hoy día se conserva ese archivo”, recuerda Santiago. Además de las transmisiones de radio se empezaron a almacenar también las filmaciones que se iban produciendo en torno a la guerra (cintas en 16 milímetros, videos,…), en un esfuerzo clarividente por dejar registro de aquella etapa. En esta experiencia excepcional se encuentra el germen de lo que hoy es el Museo de la Palabra y la Imagen de El Salvador.

Después de los Acuerdos de Paz, firmados en Chapultepec el 16 de enero de 1992, esta voluntad de resguardo de la memoria, ligada a Radio Venceremos, se transforma y aparece ya la idea de poner en marcha un archivo de los conflictos sociales en El Salvador. “La razón de ser cuando nos planteamos la creación del Museo fue el de guardar la memoria histórica de esa lucha social”, cuenta Santiago. En un primer momento las energías se concentraron en la recopilación y salvaguarda de los registros materiales de la historia reciente, que fueron organizándose en torno a un archivo en permanente actualización y acondicionamiento. Muy pronto el Museo se involucró también en actividades de investigación y producción de diversos recursos pensados para brindar un mayor conocimiento público de la historia salvadoreña (libros, videos y exposiciones, fundamentalmente). Finalmente, la difusión pública de todas estas producciones se convirtió en la cara más visible del Museo en todos los rincones del país hasta las comunidades más remotas. Estas tres grandes líneas de acción (archivo, investigación – producción y difusión pública) no fueron concebidas de forma separada, si no que se retroalimentan y refuerzan permanentemente.

En un principio comenzaron trabajando en el Museo un número reducido de personas. “Fuimos muy pocos, con escasos recursos, haciendo muchas cosas, durante mucho tiempo”, recuerda Santiago. Posteriormente recibieron el apoyo de algunas organizaciones de cooperación, como la Fundación Heinrich Böll, de Alemania, Diakonia, de Suecia, o HIVOS, de Holanda, entre otros, a través de pequeños proyectos. Esto les permitió empezar a profesionalizar más el trabajo y ampliar el equipo con jóvenes formados en la universidad, vinculados a diferentes disciplinas (antropología, periodismo, letras, diseño gráfico). De este modo, el Museo inició una etapa de fortalecimiento técnico de todo su personal, tanto el que inició en un principio como el que fue incorporándose en distintos momentos, y como dice Santiago: “Esto fue una escuela para todos”.

En la actualidad el equipo técnico del Museo está formado por cerca de una quincena de personas y las necesidades financieras han aumentado también. Sin embargo, gracias a la enorme labor de difusión y proyección nacional e internacional de su trabajo, a través de numerosos congresos científicos a los que asisten, han logrado atraer el interés de nuevas fuentes de cooperación, sobre todo de España, como la Diputación de Sevilla, la AECID o Ayuda en Acción, entre otras, que han contribuido a su mantenimiento. Pero para Santiago lo principal es tener claridad política y trabajar con calidad y rigor, los fondos llegan después: “Una de las lecciones que nos dejó esta primera etapa es que no son realmente los recursos lo más importante para ejercer una labor de preservación de las fuentes documentales, sino la decisión política de hacerlo.”

Archivo Histórico

El Archivo Histórico del Museo está formado por varias secciones:

a)  Filmoteca: en la que se conservan filmaciones de la guerra civil de los años ochenta, producciones cinematográficas salvadoreñas y diversas producciones sobre temas culturales.

b) Fototeca: formada por más de treinta y cinco mil fotografías, desde 1872 hasta la actualidad, sobre diversas temáticas: cultura indígena tomadas en 1892, el levantamiento de 1932, el conflicto armado de 1980 a 1992, fenómenos naturales y desastres socio-ambientales (terremotos, erupciones, inundaciones), sucesos importantes en la historia de El Salvador, personajes diversos como Monseñor Romero o Roque Dalton, mujeres como Prudencia Ayala o Amparo Casamalhuapa.

c) Audioteca: en la que se conservan las transmisiones de Radio Venceremos, además de grabaciones de las voces de personajes históricos y testimonios diversos.

d) Biblioteca: especializada en ciencias sociales.

El Archivo también está integrado por varias colecciones temáticas que agrupan materiales diversos (manuscritos, fotografías, audios, films, objetos, afiches, publicaciones) sobre la guerra, Roque Dalton, Salarrué, Prudencia Ayala, Hugo Lindo y “1932”.

La filmoteca se inició con la labor de rescate y conservación de centenares de filmaciones de la guerra de los años ochenta. Son materiales realizados en los campos de batalla, filmados en 16 milímetros y, sobre todo, en casetes en U-matic (un formato de grabación analógico de video). En el archivo se conservan alrededor de 4.000 horas filmadas en este formato. Buena parte de estos materiales se habían guardado en Nicaragua. Otros fueron donados por muchos periodistas extranjeros y nacionales, que trabajaban para cadenas internacionales, al terminar la guerra. De no haber sido por esta iniciativa todo esto acervo probablemente se hubiera perdido, como ocurrió con los archivos de algunas cadenas de TV estadounidenses, que fueron reciclados “para registrar la guerra del Golfo Pérsico, mientras que los casetes restantes fueron vendidos en el mercado local para su reutilización”, tal como explicó Santiago en el Congreso Iberoamericano de Cultura, celebrado en México DF entre el 30 de septiembre y el 4 de octubre de 2008.

Además de los fondos documentales que se lograron conservar durante la guerra, el Museo llevó a cabo varias iniciativas para ampliar su archivo. Por una parte inició una labor de identificación y rescate de materiales diversos (fotografías, películas,…) que estaban por todo el mundo, diseminados en distintas ciudades. Así, por ejemplo, con la colaboración de su familia, pudieron traer de México el archivo del poeta y dirigente político Roque Dalton, o el del escritor y pintor Salvador Salazar Arrué, conocido como Salarrué.

Otra iniciativa destacada fue la campaña organizada en 1996, “Contra el caos de la desmemoria”, a través de la cual invitaron a la población a colaborar en el rescate de la memoria histórica. Había muchas personas que poseían patrimonio documental, propio o familiar (documentos escritos, fotos, videos, grabaciones sonoras, etc.) pero no sabían qué hacer con él porque no encontraban en las instancias públicas apoyo y valoración para resguardarlo, conservarlo y difundirlo. En esta situación, el llamado del Museo resultó especialmente apropiado. De hecho, la respuesta fue muy positiva, y se ingresaron numerosas fotografías y manuscritos, tanto que, en cierta medida, la reacción superó los objetivos inicialmente planteados. Santiago considera que “cometimos el error de no decir: miren, lo que queremos son luchas sociales del año 32 a la actualidad. Si no que empezamos a hablar sobre memoria y la gente comenzó a traer elementos del año 32, elementos pre-colombinos,…” Fue esta reacción de la ciudadanía la que amplió los propósitos del Museo: “La misma sociedad fue la que nos manda un mensaje, diciendo: bueno, en postguerra está bien que guarden este archivo de las luchas sociales, ¿pero qué pasa con la historia? ¿Qué pasa con la cultura? ¿Qué pasa con las identidades? Y fue así que la misma sociedad, con sus contribuciones, fue moldeando y dando forma a lo que es hoy este Museo.”

En el mismo sentido, y en ausencia de una cinemateca nacional, el Museo ha rescatado también a los pocos cineastas que ha habido en El Salvador entre los años cuarenta y setenta. En el Museo se encuentran las películas de Baltasar Polío, Alejandro Coto o Guillermo Escalón, por ejemplo. La guerra deja de ser el único centro de interés de la filmografía del Museo. El mismo contexto le hace ampliar sus horizontes, y ser depositario del cine nacional, del poco cine que en realidad se ha hecho en El Salvador, pero que sin la labor de esta iniciativa civil se encontraría prácticamente en el olvido o desaparecido.

La conservación física de todos estos materiales fílmicos ha sido una de las principales preocupaciones del personal del Museo durante años. Su mantenimiento requiere de limpieza, rebobinado periódico y condiciones ambientales adecuadas. Contar con espacios óptimos ha sido una dificultad permanente, porque el archivo crece cada año con nuevas donaciones. Recientemente han podido adquirir una máquina que les permite limpiar de hongos las cintas en U-matic, que era un material que se estaba perdiendo. Tras su limpieza se están digitalizando y clasificando centenares de horas, lo que garantizará su conservación y facilitará su acceso público.

Paralelamente el Museo participa en una iniciativa compartida con otras instituciones para poner en marcha una Web donde subir todos los archivos de imágenes con un programa de meta-data y que permita a sus usuarios ir al minuto exacto o al personaje que están buscando en una determinada filmación. Este proyecto se desarrolla de forma conjunta con los archivos del Instituto de Historia de la Universidad Centroamericana, de Nicaragua, y del Centro de Investigaciones Sociales (CIESAS), de México. Cuenta con la colaboración del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, quien creó el programa informático con el que funciona la Web. El antiguo director de este Centro de Estudios, el historiador Jeffrey L. Gould, ha colaborado en diversos sus trabajos con el Museo y mantiene con su equipo técnico una buena relación de amistad. Poner en marcha este sistema puede facilitar enormemente el trabajo de investigación y ha supuesto un enorme estímulo para el equipo del Museo. Es algo muy novedoso y emocionante. La meta es crear un buscador de videos, tal como youtube, pero con materiales históricos.

Investigación y producción

El esfuerzo de recuperación y conservación de todos estos archivos tenía como fin que pudieran ser utilizados para realizar un amplio trabajo de divulgación pública. Esta primera etapa fue fundamental. Y así lo valora Santiago: “Sin los registros físicos de documentos, imágenes, audio, no podemos acercarnos a hacer investigación. Es algo vital. Y más en un país donde no hay archivos. Es sumamente importante conservar todos estos archivos para su investigación y para convertirlos en lo que lo estamos convirtiendo: nuevos libros, nuevas producciones audiovisuales,…”. Esto es lo que nos permite “aproximarnos al mundo simbólico de las representaciones de las comunidades y las apropiaciones que hacen de ese patrimonio”, concluye Santiago (Henríquez Consalvi, S/F: 1).

Una vez organizado el archivo, se abrió al público, particularmente a investigadores y periodistas. Gracias a estos fondos se han podido hacer una gran cantidad de estudios, libros y documentales. De hecho, el archivo es muy frecuentado, con unas trescientas consultas al año. El costo para el acceso a estos materiales depende mucho de las condiciones en las que esté trabajando quien lo solicita. En la mayoría de casos no se paga nada, pero si alguien dispone de recursos para el trabajo que está realizando se le pide que aporte “lo que sea su voluntad”, pero no existen tarifas establecidas.

Debido al origen de los fondos, no ha habido excesivo problema con la gestión de los derechos de las imágenes. La mayoría del material fue filmado en el campo de batalla y fue donado al Museo o realizado por el Sistema Radio Venceremos. Esto ha permitido que el acceso y uso de los materiales del archivo fuera muy sencillo, y facilitara el trabajo de investigadores y documentalistas.

El equipo del Museo también realiza sus propias investigaciones, publicaciones y producciones audiovisuales. En el ámbito audiovisual específicamente el Museo ha llevado a cabo una labor de restauración digital de algunas producciones cinematográficas del Sistema de Radio Venceremos, como: “La Historia de Radio Venceremos. 10 años tomando el cielo por asalto”, “Morazán” y “Tiempo de Audacia”.

También han realizado producciones propias, como “1932, Cicatriz de la memoria”, dirigida por Carlos Henríquez Consalvi, Santiago, entre otras. Esta producción forma parte de uno de los mayores esfuerzos de investigación emprendidos por el Museo, enfocado en comprender y rescatar la memoria de la insurrección indígena de 1932. El 22 de enero de ese año estalló una sublevación en el Occidente de El Salvador, en los municipios de Salcoatitán, Sonzacate, Teotepeque, Tacuba, Juayua, Nahuizalco e Izalco, y miles de personas, en su mayoría indígenas, se alzaron en armas reclamando mejoras en sus condiciones de trabajo. A los pocos días las tropas del General Hernández Martínez asesinaron indiscriminadamente como mínimo a unas diez mil personas, sofocando así el levantamiento. El Gobierno trató de justificar ideológicamente la acción acusando a los sublevados de comunistas.

Durante cuatro años el historiador norteamericano Jeffrey L. Gould y el mismo Santiago, trataron de obtener los testimonios de los ancianos que habían sobrevivido a la masacre. No fue una tarea fácil, como cuenta Santiago, “debido a la cultura del terror que originó la matanza”, y que condicionó que “durante setenta años, en las comunidades sólo se hablaba del tema en la intimidad del seno familiar” (Henríquez Consalvi, S/F: 4). Fue un proceso de acercamiento, de generar confianza lo que permitió avanzar en el rescate de aquella historia: “Al principio costó mucho hacerlo porque nadie quería conversar, nadie quería hablar. No podíamos hacer mayor cosa. Encontrábamos silencios y después de años que estuvimos en la zona, viendo, visitando,… se fueron abriendo relaciones de confianza con los ancianos.” Al final lograron su propósito y la gente empezó a dar sus testimonios, rompiendo un silencio de décadas, que quedaron registrados en el film.

Dentro de un esfuerzo por promover la cultura e identidad salvadoreña, también se han realizado otras producciones audiovisuales, como la serie de dibujos animados inspirados en la obra de Salarrué “Cuentos de Cipotes” (“El aprietacañuto geológico” y “Mencheditas copalchines hace la primera comuñion”), dirigidos por Ricardo Barahona y producidos por Carlos Henríquez Consalvi.

Por otra parte, e l trabajo de investigación y producción del Museo se ha orientado hacia los materiales impresos. Destacamos a continuación algunos de sus libros. “Luciérnagas en El Mozote” fue la primera obra publicada por el Museo en 1996. A partir de un trabajo de rescate de múltiples testimonios, reconstruyó la historia de la masacre de El Mozote, ejecutada en diciembre de 1981 y en la que el Ejército asesinó a un millar de hombres, mujeres, niños y niñas. El libro se ha convertido a estas alturas, y tras ocho ediciones, en una referencia obligada en colegios y universidades. En 1998 publicaron el libro “El Salvador. Unicornio de la memoria”, de Michael Krämer. En él se ofrecía una síntesis de la historia de El Salvador desde los tiempos de la Colonia, que en una segunda edición actualizada en septiembre de 2009, llegaba hasta el triunfo electoral de Mauricio Funes en la candidatura del FMLN que había tenido lugar en marzo de ese mismo año. Uno de los libros publicados por el Museo que mayor difusión ha tenido ha sido “La Terquedad del Izote. La historia de Radio Venceremos”, contada en forma de diario por Santiago, uno de sus principales responsables. El libro apareció en 1992 y se ha reeditado en cinco ocasiones, la última en 2008, sumando un total de 13.000 ejemplares puestos en circulación. Fruto del esfuerzo de investigación realizada en torno a la sublevación y masacre de 1932, el Museo publicó el libro de Jeffrey L. Gould y Aldo Lauria-Santiago, “1932, Rebelión en la oscuridad”. Además de estos libros también han visto la luz los siguientes: “Sagatara Mío” , “Salarrué, el último señor de los mares”, “De mi jardín sin cultivo” y “Morazán, recuerdos del futuro”.

Las exposiciones son otra de las producciones destacadas del Museo. A lo largo de su trayectoria han hecho varias. Algunas de ellas tienen que ver con la vida y la obra de Salarrué, la trayectoria de la Guerra a la Paz, la figura de Roque Dalton, los fenómenos naturales, y la más reciente sobre Monseñor Romero, entre otras.

El interés por todo este tipo de expresiones literarias de autores como Roque Dalton, Salarrué, Alberto Masferrer, Pedro Geoffroy Rivas, Francisco Gavidia, Claudia Lars o María de Baratta, y la historia de los sectores más silenciados, de mujeres como Prudencia Ayala y Amparo Casamalhuapa, por ejemplo, o las poblaciones indígenas, responde a una voluntad política de reconstruir la historia de otra forma, desde una perspectiva que ayuda a comprender la experiencia de las clases subalternas. Así lo explica Santiago: “cuando en un manuscrito, en una fotografía, en un relato oral, se hace presente eso que llamamos la conciencia histórica, cuando un poema o una novela reescribe la historia de personajes anónimos y de sus vidas torcidas por la historia colectiva, nos interesa y la exploramos porque se hace presente la historia desde abajo, aflora de los substratos del olvido la micro-historia, proporcionándonos temas y personajes fundamentales para comprendernos y re-imaginarnos, para reinventarnos” (Henríquez Consalvi, S/F: 2).

Difusión pública

Todo este esfuerzo de recuperación de archivos y creación de productos culturales (videos, libros, exposiciones) adquiere una dimensión más completa cuando se analiza en perspectiva la vocación de difusión pública desarrollada por el Museo desde su creación. De hecho, esta labor de servicio público fue integrada desde un principio. Cuenta Santiago que “antes de tener un local nuestra estrategia fue la de crear el concepto de un «museo sin paredes». ¿Qué quería decir? Que nosotros teníamos los materiales, producíamos exposiciones, pero no teníamos dónde mostrarlas; entonces ese concepto de «museo sin paredes» nos llevó a utilizar los espacios públicos, a tomarnos, casi por asalto, la Feria Internacional, las escuelas,… Y durante los primeros años fuimos un museo itinerante por todo el país.”

Por ello, las primeras ampliaciones del equipo técnico del Museo fueron tres o cuatro personas que empezaron a organizar todo ese abanico de actividades itinerantes. La idea era estar en todo el territorio, presentar videos y organizar video-foros, tener varias exposiciones al mismo tiempo en distintos lugares y poder responder a varias solicitudes. El objetivo era desarrollar un trabajo que en el Museo denominan “memoria y acción social”, es decir implicarse en el proceso de las comunidades de recuperar su memoria histórica, sus señas de identidad, reconstruir un proyecto de futuro.

Una de las campañas que ha tenido mayor impacto fue la serie de presentaciones públicas que se hicieron del documental “1932. Cicatriz de la memoria”. El video ha sido proyectado ante miles de personas en actividades públicas de debate y reflexión. Los  ancianos que antes no querían hablar, al ver el documental y al darse cuenta de que incluso en los periódicos se hablaba de él y de los sucesos de 1932, “un tema que antes era tabú, y muy manoseado, tanto por la izquierda como por la derecha”, al verse reconocidos, experimentaban un cambio extraordinario. Santiago cuenta que entonces “la gente se para, y quiere hablar, quiere contar la historia, se siente protagonista. Los ancianos empiezan a ser reconocidos por su valor como transmisores de la memoria. Tenemos casos fabulosos de ancianos que a través de este proceso, y de su actitud de querer hablar, del olvido han pasado a ser personajes muy conocidos en sus pueblos.” A través del documental, las personas que dieron su testimonio pudieron reubicar su experiencia personal en una historia colectiva de silencio. Esto permitió la “transición de una memoria doméstica, ligada al espacio privado, a una memoria que ocupa la palestra pública”, concluye Santiago.

Además el film se ha reproducido y presentado en muchos lugares (escuelas, universidades, casas de cultura,…), e incluso más allá de actividades organizadas por el Museo. De hecho, ahora el DVD se vende “pirata” en el centro de San Salvador. Y, desde el cambio de Gobierno reciente, incluso ha sido emitido en el Canal del Estado, algo inimaginable años atrás.

Todo este proceso de acompañamiento a las comunidades indígenas, reivindicando su memoria, ha tenido un gran impacto. La experiencia ha convencido al equipo técnico del Museo del enorme potencial de comunicación y empoderamiento social que posibilita el video, “porque aquí la población lee poco, o es analfabeta”, explica Santiago. La combinación entre un producto audiovisual de unas determinadas características, atento a las particularidades socioculturales de la población a la que va dirigido, seguido de actividades públicas de presentación y debate en sus propias comunidades, en su lugares, ha permitido que la gente pudiera apropiarse de esta propuesta cultural, y abrir espacios de reflexión sobre sus identidades y su historia, a propósito de qué merece la pena recordar y cómo. Santiago asume que hay tres dimensiones diferenciadas en la valoración del rol del producto audiovisual. Por una parte, el video se convierte en un dispositivo de la memoria de carácter público, en la medida que ayuda en el traspaso de lo privado a lo público, dando “un sentido de visualización colectiva” de la experiencia compartida. En sociedades truncadas como la salvadoreña, rotas por las sistemáticas violaciones de los derechos humanos, esta reconstrucción de la memoria colectiva adquiere una dimensión reparadora. El hecho que el visionado se convierta en un acto público, acompañado por el debate y la reflexión colectiva, da aún mucha más potencia a esta experiencia.

Por otra parte, el audiovisual “sirve como un elemento de prueba de lo sucedido”. En el tiempo de guerra muchas de las cosas que sucedían y fueron filmadas no eran fácilmente accesibles para la mayoría de la población, y de hecho muchos de los videos realizados en aquellos años sirvieron más como materiales de propaganda para la solidaridad internacional. Por eso, la visión actual de materiales filmados en aquella época constituyen un “reencuentro con la historia, que algunos no alcanzamos a dimensionar; nos permite posicionarnos como nuevos espectadores de una realidad paralela a la que habíamos construido”, reflexiona Santiago.

Finalmente, entre el sector de población más joven el uso del audiovisual adquiere otra perspectiva. Durante años la historia fue oculta, fragmentada, prohibida, se vivían sus consecuencias sin poder entender bien sus causas profundas. Los audiovisuales ayudan a este sector más joven a poner imágenes a distintos procesos sociales, y adquiere “un sentido de diálogo y encuentro con una historia dispersa”, explica Santiago.

La metodología del cine-foro no se ha limitado a esta película, sino que constituye parte del trabajo habitual que desarrolla el Museo a lo largo de todo el territorio nacional. Lo más interesante es que el Museo no tiene que publicitar su propuesta, sino que estas actividades se realizan a demanda, sobre todo de maestros y directores de las casas de cultura de todo el país. Santiago explica que uno de sus “grandes aciertos, que se dio en realidad de forma espontánea, ha sido la creación de una gran red de maestros y de promotores culturales vinculados al Museo. Esto fue lo que nos permitió catapultarnos. Son gente que ha venido y que se interesa, que viene una y dos veces con sus alumnos, que nos llama para ir a presentar los videos.”

A través de esta red informal de maestros, las propuestas del Museo han podido llegar ampliamente a un público joven, durante el año 2009 visitaron el Museo unos cuatro mil estudiantes, sin contar los que vieron las exposiciones itinerantes. Este tipo de propuesta audiovisual conecta especialmente con la cultura visual de los jóvenes, acostumbrados a productos tecnológicos de estas características. Esta respuesta positiva está llenando la esperanza de poder influir en la “formación de una ciudadanía cultural».

Del mismo modo que las casas de cultura, también las iglesias se han apropiado de los productos del Museo y directamente los utilizan y hacen circular en sus parroquias.

Un movimiento de recuperación de la memoria histórica

Todo este trabajo divulgativo desarrollado durante años por el Museo ha conectado profundamente con el anhelo de recuperación de la memoria por parte del pueblo salvadoreño. Cuando empezó la gestación del Museo, el país justo acababa de salir de la guerra y las violaciones de derechos humanos que se cometieron durante ese periodo habían quedado en la impunidad, el tejido social estaba profundamente roto y desestructurado por la violencia política, y más tarde por el clima de inseguridad, y el Estado no prestaba atención, al contrario, a las demandas de esclarecimiento de la verdad y justicia de la sociedad salvadoreña. Propuestas como la del Museo de dar un sentido y un lugar público y relevante a aquellos hechos históricos que estaban siendo negados encontraron eco en aquel momento especial que estaba viviendo el país.

Cuenta Santiago que “nosotros nos insertamos con ellos, ahí fue nuestro aprendizaje. ¿Qué quieren las comunidades que se recuerde? ¿Cómo quieren que sea recordado y qué quieren que se olvide? Ese trabajo comunitario es lo que más nos ha enriquecido y lo que nos ha hecho abrir los ojos.”

Durante los últimos años en El Salvador se ha producido un fenómeno de enormes dimensiones, “hay una fuerza con unas características muy especiales, que tienen mucho que ver con las identidades de los salvadoreños”, explica Santiago. Lo que en este país ha sucedido es un fenómeno insólito: el esfuerzo de las comunidades y diversos sectores sociales por la recuperación de su memoria, con una magnitud impresionante en todo el territorio nacional, sobre todo en todas las zonas donde hubo conflicto.

Tal como declara Mario Sánchez, que hasta este último año fue director de Pro-Búsqueda, una asociación de víctimas de la desaparición forzada de niños y niñas durante el conflicto armado, con quien el Museo ha colaborado en distintas ocasiones, “más que de un movimiento social articulado existen distintas iniciativas colectivas que impulsan acciones sostenidas de rescate y promoción de la memoria histórica a nivel comunitario, local e incluso nacional”. Estas iniciativas se materializan a través de diversas expresiones como las  conmemoraciones de magnicidios, como el de Monseñor Romero, y masacres, como la de río Sumpul o la de El Mozote, por parte de diferentes parroquias, comités y otras iniciativas civiles; la documentación y registro de nombres, datos e información sobre víctimas de violaciones de derechos humanos durante masacres o desapariciones forzadas, y de los testimonios de los sobrevivientes; exhumaciones y exequias de restos de víctimas de masacres y ejecuciones; la apertura de procesos judiciales por las violaciones de derechos humanos tanto en El Salvador como ante el sistema de justicia  Interamericano de Derechos Humanos y los tribunales civiles de los Estados Unidos; publicaciones con los testimonios de supervivientes del conflicto armado; la promoción de hechos simbólicos como la construcción del Monumento a la Memoria y la Verdad, en homenaje a los civiles asesinados o desaparecidos durante el conflicto armado, las acciones a favor de la declaración del día 29 de marzo como el “Día dedicado a los niños y niñas desaparecidos durante el conflicto armado” o la reciente instauración del 24 de marzo como “Día de Monseñor Oscar Arnulfo Romero”; y, por último, la inclusión de actividades en torno a la historia del conflicto armado en una amplia oferta de actividades de turismo comunitario dirigido esencialmente a los mismos sectores populares de El Salvador y los salvadoreños residentes en el extranjero.

En muchas de estas actividades de recuperación de la memoria histórica la iniciativa es eminentemente local, parte en primera instancia de las víctimas y sobrevivientes que no habían logrado nunca un reconocimiento por parte del Estado salvadoreño y que han tenido que afirmarse en un clima absolutamente adverso. Sus acciones son eminentemente locales, comunitarias, enraizadas en el territorio donde se cometieron las masacres y con un enorme “espesor religioso” en su forma de conmemoración (misas, actos ecuménicos, peregrinaciones, etc.), donde los lugares de la memoria adquieren cierta sacralidad, señala Mario.

Otra de las expresiones de este “movimiento” son iniciativas que, como  el Museo, han tratado de articular propuestas culturales en torno a la recuperación de la memoria histórica. Además del Museo, destacan iniciativas como Imágenes Libres, que en torno al bar Foto Café hacen un trabajo de recuperación de la memoria histórica a partir de la fotografía. También la Universidad Centroamericana ha hecho una enorme contribución en la documentación de la realidad nacional desde distintas perspectivas y con especial énfasis también en el audiovisual.

El movimiento de recuperación de la memoria histórica que se ha venido desarrollando en El Salvador en estos últimos años, “se construye bajo la lógica de la «historia desde abajo», es decir, la integración de historias subalternas que quieren legitimar su voz y presencia para  poner en evidencia que el pasado no puede ser silenciado”, dice Santiago. Para las comunidades la reconstrucción de su historia tras la guerra se ha convertido en parte de una nueva identidad vinculada a la solidaridad, la dignidad y el respeto a la vida, “existe una conciencia profunda por el respeto a los derechos humanos en la conciencia colectiva del pueblo salvadoreño”. De este modo, los esfuerzos de recuperación de la memoria histórica, se articulan a un discurso de dignificación humana, que enlazan con las palabras de Monseñor Romero, ampliamente sentidas por las comunidades. La recuperación de la memoria histórica desde la perspectiva de las víctimas tiene como fin afirmar el derecho a la verdad frente a la falsedad impuesta desde las estructuras de poder y enlaza con la reivindicación de otros derechos como la justicia y la reparación integral, explica Mario Sánchez. La transición hacia regímenes democráticos que no incorporan estas medidas de reconocimiento y reparación se cierren en falso y acaban perpetuando las condiciones de injusticia.

El Museo de la Palabra y la Imagen se vincula en diversas formas a estas distintas expresiones del movimiento por la recuperación de la memoria histórica, tanto en un rol protagónico con sus propias actividades culturales que dan aliento y fuerza a amplios sectores de población, como apoyando otras iniciativas, como a la Asociación Pro-Búsqueda a poner en marcha la casa-museo del padre Jon Cortina en Guarjila, o ayudando al Comité Pro-Monumento a la Víctimas de las Violaciones de los Derechos Humanos que se erigió en el Parque Cuscatlán en San Salvador. En última instancia el Museo es un esfuerzo pionero, posicionado en la lucha por la hegemonía cultural, que entronca de un modo profundo con el anhelo de la sociedad salvadoreña por recuperar su historia y reconstruir sus señas de identidad.

Desde la sociedad civil, hacia lo público

La gran fuerza de todas estas iniciativas es que surgen de la propia organización de la gente, de la sociedad civil. De hecho, para Santiago, el movimiento por la memoria representa la perspectiva de un tercer implicado en el conflicto armado: la sociedad civil. Este movimiento muestra “una voz que emerge desde una experiencia del exiliado, del refugiado, del ciudadano que vivió con horror”. La sociedad civil ha asumido un papel fundamental en estos procesos de memorialización.

Durante años el Estado no quiso saber nada del debate sobre la memoria histórica, no le convenía. Sin embargo, en esta nueva coyuntura política, con un cambio histórico de Gobierno pueden abrirse nuevas perspectivas, y de hecho ya se han dado algunos pasos positivos. Este es el caso, por ejemplo, del reconocimiento público de la responsabilidad del Estado salvadoreño en la comisión de graves violaciones a los derechos humanos durante la guerra, y por omisión tras el fin de la guerra, cuando no se llevaron a cabo medidas orientadas a restituir los derechos vulnerados. El Gobierno se dirigió públicamente a Gaspar Romero, hermano de Monseñor Romero, trágicamente asesinado el 24 de marzo de 1980, y a los miembros y familiares de la Asociación Pro-Búsqueda, en representación de las víctimas de la niñez desaparecida durante la guerra, para reconocer su responsabilidad. Los nuevos representantes del Estado salvadoreño dieron también un paso histórico cuando asumieron la autoridad vinculante de las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en una acción inédita en el continente. También ha sido significativa la voluntad de poner en marcha diversos mecanismos de reparación, tal como lo han expresado con contundencia el Canciller, Hugo Róger Martínez Bonilla, y el Director de la Unidad de Derechos Humanos de la misma Cancillería, David Morales.

A pesar de todos estos progresos por parte del Gobierno, las organizaciones civiles no han bajado la guardia y han mantenido demandas claras para que se alcance en el camino de la reparación de las víctimas, algo que aún sigue estando lejos. En la misma línea que otras organizaciones sociales, Santiago asume en este punto una posición estratégica: “Al haber un nuevo Gobierno que pide perdón, que empieza a tener algunos signos de reconocimiento a las víctimas, a los lisiados,… eso da una perspectiva diferente de la que tuvimos los últimos veinte años. Pero yo sigo confiando más en la gente y en la sociedad civil como motor e impulsor de este movimiento.”Las nuevas realidades políticas dan muchas más facilidades y posibilidades, pero el centro de este movimiento debe seguir en la gente organizada, y en esto el Museo tiene muy claro cuál es su papel.

Probablemente uno de los grandes retos que tiene planteado el movimiento de recuperación de la memoria histórica en El Salvador es mantener su autonomía y capacidad de incidencia frente al Estado, al mismo tiempo que logra consolidar espacios públicos en torno a sus reivindicaciones. Es necesario que los sobrevivientes puedan depositar en estructuras colectivas y públicas sus demandas, sin que tengan que mantener esa condición particular de víctima de forma permanente. Para que puedan reconstruir sus vidas de forma efectiva, de un modo reparador, deben tener la garantía que sus anhelos son asumidos por la sociedad. Esfuerzos como el que desarrolla el Museo de la Palabra y la Imagen pueden jugar un papel muy relevante en la construcción de estos referentes compartidos socialmente.