Palabras de Carlos Henríquez Consalvi, Santiago. Local de Intercambios Culturales. San Salvador, 7 de septiembre de 1996.
Esta tarde nos convocamos para rememorar esos golpes de cincel dados sobre la piedra por nuestros antepasados hace miles de años, para comenzar, con esos petrograbados, a contarnos nuestra propia historia a las orillas del lago de Güija, en la gruta de Corinto o en Titihuapa.
Nos reunimos aquí para recordar a lo olvidado, o para recordar a quienes a veces no olvidamos, pero convertimos en frías estatuas de bronce, en mito inaccesible para las nuevas generaciones. Estamos aquí, rodeados del acervo documental y objetos históricos que hemos reunido, para hacer también un ejercicio de memoria hacia los salvadoreños anónimos, campesinos, músicos, artesanos, trabajadores de la alquimia, macheteros en los cañaverales, sacerdotes, ex–combatientes, madres, maestros, protagonistas de la transformación que ha vivido el país en las últimas dos décadas, salvadoreños, que nos negamos a recordar, a pesar de que la entrega de sus propias vidas, nos permiten ahora, abrir espacios en el ámbito de la cultura, la educación y la política.
Esta tarde abrimos las puertas de la primera exposición de El Museo de la Palabra y la Imagen, en el mes de la Independencia, a 450 años de San Salvador, ciudad, para ofrecer una breve navegación por identidad, cultura y memoria histórica. Esperamos recibir a miles de jóvenes de institutos educacionales de todo el país, que serán atendidos en visitas guiadas, con charlas y actividades audiovisuales complementarias a la exposición. Iniciamos este recorrido, gracias al trabajo museográfico de Ana Liliam Ramírez y Edgardo Quijano y lo hacemos con las primeras palabras: reproducciones de petrograbados. Luego, los primeros testimonios sobre Cuscatlán consignados por conquistadores y cronistas; después mostramos los textos y máscaras del teatro popular, escenificado en los Historiantes de San Antonio Abad. Continuamos con las partituras de María de Baratta, como un homenaje a su minuciosa labor de investigación sobre nuestra identidad. Una navegación más y encontramos la imagen poética y colorida de Anastasio Aquino, realizada por Antonio Bonilla. Junto a una escopeta recortada, hallada en el vientre pétreo y vegetal, del Cerro Tacuazín, donde Aquino elevó su canto de rebelión empuñando lanzas de güiscoyol. Penetramos a la sala que hemos llamado, La palabra sobre el acecho del olvido, y nos acercamos a los maestros Masferrer, Gavidia, Salarrué, a la ternura constante de Claudia Lars, a la presencia de Roque Dalton, vestido de humedad sin secretos. Sucesivamente escucharemos en la audioteca, la voz de literatos, políticos, ex-presidentes, hombres y mujeres de los campos y las calles, y transmisiones de Radio Venceremos, en el interior de la reproducción de su cueva.
Podremos observar las imágenes en vídeo sobre nuestra historia reciente. También nos acompañan los diarios escritos por los ex-combatientes, es decir la memoria de los días. Allí están los afiches, las películas, las fotos de la guerra y de la paz. En la planta baja, en la sala de computación, los invitamos a conocer las técnicas de informática que el Museo de la Palabra y la Imagen está utilizando para restaurar y preservar imágenes, mediante la digitalización, que en un futuro cercano, nos permita cd-rom con estos materiales históricos. Ya emprendimos la construcción de nuestra página Web, para mostrar al mundo, y a los salvadoreños que están lejos, una síntesis de esta exposición a través de Internet. En este evento no hemos olvidado el legado de Ítalo López Vallecillos, su humanismo y su obra poética e investigativa. Precisamente de ítalo, en esta tarde, deseo retomar sus palabras pronunciadas cuando Salarrué se marchó hacia sus mundos de luz y de color: “En el futuro, sus obras, servirán a los estudiosos para determinar el ser del salvadoreño, la imagen exacta de lo que fuimos y lo que somos en un proceso que se niega a cambiar, pero que, inevitablemente, tendrá que ser transformado para dar paso a una sociedad justa, libre y educada. Salarrué penetró con ternura en la salvadoreñidad que sigue siendo barro, arcilla, lodo, corrupción, petate, maíz negado, bajos salarios, humillación, deshonra, pies descalzos, caciquismo vertical, y horizontal en las esferas de poder, trabajo estacional y escaso, deformidad social que Salarrué dejó pintada indeleblemente en sus relatos”.
En esta exposición mostramos lo que hemos podido recabar del fondo de las cajas olvidadas, del vientre húmedo de los depósitos subterráneos que fueron clandestinos, de la búsqueda en el exterior de los archivos del exilio, y también del préstamo generoso de documentación y objetos, que ha sido una abrumadora respuesta de la sociedad salvadoreña. La ciudad abre espacios a las ventas de hamburguesas, pero se los niega a los museos, donde la juventud pueda encontrar sus raíces. Luego de los dos meses que estaremos en esta galería de intercambios, iremos a otros lugares, al interior del país, hacia las zonas rurales ignoradas; haremos exposiciones sobre otros temas, presentaremos nuevas propuestas. En tiempos en que los medios de comunicación nos hablan de corrupción, de venta de conciencias, y se menciona la urgencia de un rearme moral, creemos necesario tratar de entender nuestro pasado, comprender toda la fuerza vital que nos deja Gavidia, acercarnos a la fuerza ética y moral que nos legó Masferrer o Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Si nos acercamos al pasado para mirarnos al espejo de lo que fuimos capaces de hacer, quizá logremos quitarnos ese complejo que la globalización trata de inculcar al tercer mundo, en el sentido de que debemos de esperar como agua del cielo, las recetas diseñadas para otras realidades, que debemos resignarnos a recibir de afuera el diseño de nuestro futuro, no de acuerdo a nuestras necesidades educativas y malformaciones estructurales, sino a los dictados de apetitos extranjeros. Creemos que, acercándonos al camino recorrido históricamente por la nación, podremos comprender por qué somos como somos y cómo debemos ser para enfrentar los retos que a inicio del siglo nos presentan las deficiencias educativas, la marginalidad, la delincuencia, y emprender el consenso nacional para el diseño del nuevo país.
El entusiasmo de los jóvenes que se nos acerca, la colaboración que estamos recibiendo de la sociedad civil, nos dan la señal de que los salvadoreños en un momento de incertidumbre, de búsqueda balbuceante de caminos para el siglo XXI, comenzamos a sentir la necesidad de conocer nuestro pasado, para extraer aliento y fuerzas para concretar los sueños colectivos inconclusos, la memoria, para no cometer los mismos errores del pasado, la memoria para realizar un ejercicio de rearme ético y moral, en un entorno donde el salvaje materialismo ahoga la creatividad y la propuesta.
Las palabras, jamás podrán colocarse en las vitrinas de un museo, por ello flotan y perviven las palabras de los salvadoreños representados en estas salas, palabras y acciones que acompañan a este siglo que nos deja la responsabilidad de inventarnos nuevos vocablos de construcción, nuevas rutas, sueños cada vez más grandes, y en fin, hacer que de la memoria nazca la esperanza del futuro. Bienvenidos a esta navegación, escuchen los cinceles sobre la piedra, nuestras piedras hablan…
(Publicado en Co-Latino, edición del sábado 21 de septiembre de 1996)