En abril del 2015, junto a mi hijo Camilo viajamos a Cuba con la intención de grabar un testimonio sobre Aída Cañas en el apartamento de la Habana, donde vivió junto a Roque Dalton y sus tres hijos, Roquito, Juan José y Jorge. Bajo el cálido clima habanero, la maleta con cámaras, cables y luces, se iba haciendo cada vez mas pesada, al ascender cada una de las escaleras que nos conducía al tercer piso. Aída nos recibió cariñosamente con una limonada helada, y muchas preguntas sobre El Salvador. Cuando empezamos a sacar los regalos, exclamaba como aquella niña que fue en su natal Sonsonate: ¡qué rico!, dulce de leche, semita pacha de guayaba…
Las paredes estaban tapizadas de fotos de la familia Dalton: los niños en Praga o en Berlín, la foto de la boda, y en un lugar especial, la única foto que existe de Roquito, fusil al hombro, en las montañas de Chalatenango, días antes de caer en combate.
Cada mañana nos despertaban los rumores provenientes de la cocina, señal que debíamos levantarnos, porque pronto Aída tendría listo el desayuno con frijolitos fritos y el queso petacón que le habíamos traído a petición suya.
Al principio, Aída se negó a ser entrevistada: “porque después no puedo dormir, pues se me alborotan los recuerdos, que son muchos”.
Un tanto frustrados, de mañana salíamos del apartamento El Vedado, y sin rumbo deambulábamos por La Habana. En la noche retornábamos para escuchar los recuerdos de Aída “pero sin micrófonos ni cámaras”.
Una noche de insomnio, por casualidad, en mi computadora encontré copia de una carta que Roque le había enviado a su madre, donde le comentaba su separación de Aida, y lo que ella representaba en su vida:
“Yo no tengo absolutamente nada que reprochar a Aída, al contrario, nunca podría pagarle los años de nuestra vida en común, en que fue una compañera ejemplar y abnegada, la cual cualquier hombre honesto y serio podría buscar. Mucho de lo que pude hacer, fue por su ayuda, y lo que son los niños ahora, también se debe en gran parte a su dedicación. Lo que pasa es que la vida es compleja y uno aprende a ver con otros ojos las cosas y tiene otros criterios respecto a las relaciones humanas y, por ejemplo, no le da ya carácter de tragedia a una situación que un divorcio mejoraría. En el caso de nosotros fue así y ya ha pasado el tiempo y todo el mundo contento. Aída, los niños y yo. Incluso Aída me ayuda en mis necesidades editoriales, hace trabajo de oficina cuando hay necesidad de copias de mis libros, etc. Y yo siempre, aunque esté como ahora lejos y viajando, me mantengo al tanto de ella y los niños y siento la misma responsabilidad que si siguiéramos casados. Al fin y al cabo, ellos salieron de su tierra y de su familia para seguirme a mí y yo no sería capaz jamás de desentenderme de ellos».
Pasaron los días, sumamente frustrado en sus expectativas de novel cineasta, Camilo repetidamente me reclamaba porque habíamos fracasado en nuestro propósito. Y se dedicó a filmar las calles y la gente de La Habana, y hasta me obligó a ir al malecón, para grabar el testimonio sobre mi llegada a Cuba, exilado junto a mi madre cuando apenas yo era un niño de pocos años.
El penúltimo día, cuando ya teníamos las maletas hechas para retornar a El Salvador, sorpresivamente, en el marco de la puerta de nuestra habitación apareció Aída, recién bañada, con un vestido rojo y una sonrisa cómplice en su rostro:
—Estoy lista, hagámoslo, pero que no sea muy larga.
Sin pensarlo dos veces, Camilo extrajo micrófonos, luces, cámaras y cables, para convertir en estudio audiovisual, el apartamento donde Aída, Roque y sus hijos, habitaron, en aquellos intensos años setenta.
Estas fueron las respuestas, a cada una de nuestras interrogantes sobre la increíble, fecunda y azarosa vida de Aída Cañas de Dalton.
***
Yo nací en Sonsonate, el 27 de enero de 1933 y me crie en una familia muy numerosa, en una casa muy grande que mi bisabuelo construyó en Sonsonate, ellos eran todos guatemaltecos. Mi bisabuelo vino con mi bisabuela de Guatemala, con sus once hijos. Yo me crie en un núcleo de mucha familia. Mi abuelo tenía un negocio de zapatería. En la casa tenía el taller con sus trabajadores, eran famosos esos zapatos, más que todo las botas. El negocio se llamaba como mi bisabuelo, “Jesús Morales”. El propio nombre de ellos era Fuentes Morales, pero como mi abuelo era temático y no le gustaba el Fuentes, sólo se puso Morales.
Después mi abuelo se casó y tuvo once hijos, entre esos, mi madre que era la tercera. Yo nací en esa casa, con todos ellos me crie, porque mi mamá se casó, pero se separó de mi papá estando yo muy pequeña, mi familia me consintió mucho, fui una niña muy mimada.
El recuerdo más antiguo de mi infancia es sobre mi abuelo, pues como me crie con él como si fuera mi padre, era un cariño muy grande, yo desde chiquita lo buscaba mucho y cuando ya crecieron mis tíos, se fueron todos para San Salvador porque iban a hacer el bachillerato y los mayores iban a entrar a la universidad, y entonces mi abuela tuvo que irse con ellos. Y entonces la que viajaba con mi abuelo para ir a ver a mi abuela los fines de semana era yo. Iba con él en tren. Sonsonate era un departamento muy bonito, muy tranquilo, la gente se conocía mucho, había muchas amistades que venían desde mis bisabuelos.
¿Y la familia, como vivió los sucesos de 1932?
Esa época del treinta y dos fue muy dramática en Sonsonate porque prácticamente, parte de la gran represión fue en Sonsonate e Izalco. Mi abuelo estuvo preso, por haberlo vinculado con una amistad que tenía él con un señor que era sastre, y el señor sí estaba vinculado con varias personas que eran comunistas y quizás llegaban a su casa. Y a mi abuelo como lo visitaba el señor, lo tildaron de comunista y estuvo preso en el cuartel de Sonsonate muchos días, y mi familia vivía atormentada porque a las cinco de la mañana pasaban los presos, que eran los que fusilaban. Y yo toda esta historia te la estoy contando porque ellas me contaron después todo eso, porque mucha gente ignoraba lo que había pasado en el 32. Me contaban que, a las cinco de la mañana, se ponían en el mirador que tenía la casa, para ver si mi abuelo venía entre los que iban a fusilar. Pero por buena suerte, por amistad que tenían ellos con gente que estaba metida en el gobierno lo pudieron soltar. Después sufrió mucho mi abuelo y mis tíos, pues cuando ya estaban mayores, siempre que había alguna revuelta militar o un golpe de estado ya andaban persiguiéndolos también.
¿Y los primeros estudios los hiciste en Sonsonate?
Si, estudié los primeros años de mi niñez en Sonsonate, y cuando ya iba a hacer segundo grado nos mandaron a estudiar a San Salvador, a mis primas Alicia y Virginia. Nos mandaron a San Salvador al Colegio Bautista. La directora y la subdirectora eran norteamericanas, y estaban vinculados con las iglesias de allá de Estados Unidos. Era un colegio magnífico, tenía fama de que los alumnos salían muy preparados. Entonces terminamos ahí la primaria. Estaba en San Jacinto, pero cuando se dieron los sucesos de 1944, con la caída de Martínez, entonces nos mandaron de vuelta para Sonsonate porque era muy peligroso. Allá terminé mis estudios hasta que hice estudios de Secretariado Comercial. Después regresé a San Salvador ya siendo una adolescente de dieciséis años, me pusieron a estudiar en una academia que dirigía un alemán, una academia de mecanografía y taquigrafía y de ahí salí para empezar a trabajar, que decían mis tíos para que me fuera incorporando, y ellos eran amigos de una señora que trabajaba en El Siglo, que era un almacén de judíos, y para navidad me fui con ellos a envolver regalos. Después fui secretaria de Juan Benjamín Escobar que era un abogado famoso en el exterior, había sido ministro del Interior. Ahí estuve varios años con él, al principio me tenía desconfianza, me decía que yo era muy joven para llevar todo el manejo de su oficina: los juicios y los testamentos de casi toda la gente de la burguesía de San Salvador. Pero yo aprendí, era muy ordenada, y aprendí muy bien a manejarle todos sus documentos, el archivo, hasta el libro del protocolo que tenía. En esa época ya era novia de Roque Dalton, andábamos de novios, así de adolescentes.
¿Cómo recuerdas a San Salvador de esa época?
La ciudad que me encontré después de la guerra, no era ni la sombra de antes, nada quedaba de ese centro donde yo trabajé. Frente al Parque Barrios, había unos edificios que eran de los señores Dueñas y ahí estaba la oficina del doctor Escobar. En esa cuadra estaba también el negocio de ferretería del Señor Sol Millet, estaba el Casino de la gente burguesa, el Banco de Comercio, las oficinas de la KLM que ya no existe. Había una gran tranquilidad y había unos que tenían fama que eran mañosos, pero los tenían bien chequeados, no había delincuencia en si.
¿Cómo era la vida de las adolescentes en San Salvador de esa época?
Las distracciones a la edad de dieciséis años, bueno, mi tío político, casado con una hermana de mi mamá, me llevaba a conciertos de ópera que venían de Italia, por primera vez vi ahí a Alicia Alonso, en el Teatro Nacional, eran los años cincuenta. Llegó también una compañía rusa y a mi me gustaba andar en todas esas cosas. Íbamos al cine, en ese tiempo era la novedad, salió la película de Tarzán, de Superman.
Estaba de moda el mambo y toda la música romántica, Ray Coniff, la música mexicana de los tiempos románticos como Pedro Infante, Marco Antonio Muñiz y mujeres cantantes bien famosas. Yo así, de soltera, adolescente, sólo me dejaban ir a fiestas de los colegios. Éramos grandes admiradoras de los juegos de futbol y basquetbol que hacían los colegios, el Externado San José, la Escuela Militar, el García Flamenco. Éramos adictas a ir a los partidos, teníamos un montón de amigos, el que era campeón hacía fiesta e íbamos a las fiestas de todos los colegios. Yo era una gran bailarina, desde que llegaba me hacían señas para bailar y regresaba con los zapatos en la mano. Fue una época en que nos divertíamos muy sanamente, tenía enamorados, nos divertíamos, me enamoraban.
¿Quién fue tu primer novio?
Mi primer enamorado fue un muchacho de Sonsonate, pero como estaba tan jovencita me regañaban y me castigaban. Se llamaba Fernando Mendoza. Y ese era mi novio, mi mamá me regañaba mucho y me castigaba porque decía que estaba muy jovencita, que no debía estar de novia. Él también era un muchacho de mi edad, éramos unos cipotes como de quince años por ahí y me mandaron a San Salvador para que se me olvidara. Las cosas antes eran más estrictas con uno para esas cosas.
Fue una época muy linda, muy sana, muy feliz para los adolescentes. Nosotros, cuando llegaba la navidad y el año nuevo, contábamos los meses para que fueran las fiestas de Sonsonate, había fiestas, había carrozas. Yo participé en una carroza, fui dama de honor de la reina de la fiesta de Sonsonate que fue Estela Zedán.
¿Cuándo conociste a Roque Dalton?
De niña lo conocí, mi abuelo me llevó a la capital en el tren, de 6 años, Roque vivía ahí mismo en la 5 de noviembre, pero no donde es la Tienda Royal, sino en la acera de enfrente. Había una casa que para entrar era como un patio grande, ahí vivía la Niña María con él. Recuerdo a Roque con pantaloncitos cortos, los vecinos le decían “Roquito el hijo de la Niña María”, todos lo conocían. La señora que lo cuidaba, él le llamaba Bebita. Fíjese que bien me acuerdo que ella andaba cuidándolo, detrás de él para que se tome la leche, de todas esas cosas me acuerdo perfectamente bien y yo después le contaba a él y me decía que sí era cierto. Roque menciona a Bebita en un poema.
¿Y cuándo lo encuentras de nuevo?
Lo vuelvo a encontrar cuando ya regreso yo a San Salvador de adolescente, él era ya un muchacho que estaba en el Externado haciendo su bachillerato. No era amiga yo de él, la que era más amiga de él era mi prima Virginia y él decía que yo era orgullosa, decía “la Aída no habla con nadie por aquí”, yo no les hacía caso porque él se lo pasaba con un grupo de cipotes. Cuando ya se bachilleró, ya éramos amigos, teníamos grupos de amigos que eran parte de la colonia y llegaban a mi casa. Inventó que se iba para Chile porque iba a estudiar Derecho y en mi casa le hicimos la despedida. Ya éramos amigos, se fue para Chile y yo me quedé ahí, tuve otros amigos y enamorados. Cuando él regresa, yo pasaba de mi trabajo por la tienda de su mamá, él estaba ahí y me acompañaba a mi casa, ya vivían entonces en La Royal, que era como a dos cuadras de ahí. Íbamos platicando y platicando hasta que nos hicimos novios. Costó porque mi mamá no quería, cuando él planteó que se quería casar conmigo, yo tenía un viaje a Estados Unidos porque dos de mis tías se querían casar allá y querían que yo me fuera a Los Ángeles, ya tenía los papeles y todo y mi mamá bien enojada porque yo había inventado que me quería casar. Entonces Roque me decía, si no te dejan que te cases, si no quiere tu familia, te robo y nos casamos. Entonces, ya te digo, nos casamos un 25 de febrero, nos llegó a casar el Alcalde de San Salvador que era muy amigo de mi familia, uno de los Arce. Nos fuimos a Guatemala de luna de miel, estuvimos en Antigua, me llevó a conocer, nos hospedamos en un hotel que decía que ahí se hospedaba su papá cuando llegaba a Guatemala que era en la sexta avenida. Regresamos y luego yo salí embarazada de Roque Antonio, mi hijo mayor. Roque comenzó a tener vínculos con la juventud del partido Comunista, porque ya venía con eso. En Chile conoció a Schafik y había mucha gente de izquierda. Allá lo convencieron que había habido un 32. Porque nunca en su juventud y en los colegios habían sabido que hubo un 32, fíjate. Entonces ya regresó con libros de marxismo y se fue vinculando al Partido hasta que se hizo militante de la Juventud y yo empecé a comunicarme con las mujeres del partido.
¿De qué forma se vinculaban las mujeres?
Hubo una organización de mujeres que el Partido constituyó. Casi todas las mujeres de los dirigentes militantes del Partido participaban en esa organización. Yo era de las más jóvenes que iba, todas eran mayores que yo. Entre las más jóvenes que estábamos éramos tres, Berta Ochoa, Clarita de Padilla y yo. Esa organización se preocupaba porque en los centros de trabajo conocieran la emancipación de las mujeres. Yo me acuerdo que íbamos a las fábricas, fui con Berta y les llevamos unas palabras a las trabajadoras, dejamos un mural puesto con propaganda de la organización, y había reuniones donde nos daban charlas, nos instruían políticamente. Entre los nombres que recuerdo está Berta de Aguiñada y Clarita de Padilla.
¿Cuál era el mensaje a las trabajadoras?
El mensaje que transmitíamos en las fábricas era que debían luchar por sus horas de trabajo, por sus salarios, porque las vieran como mujeres trabajadoras y no excluidas. En ese tiempo hubo una media apertura y se podía hacer eso, pero no duró mucho tiempo. Después vino la represión cuando Lemus, o sea que fue muy poco tiempo. Roque se fue al Festival de la Juventud en Moscú y ya regresó bien chequeado y ya le decían que tenía que cuidarse. Esa fue mi primera experiencia en trabajar en una organización de mujeres.
Después yo ingrese a colaborar con las FPL, porque era la gente que yo más conocía. El propio Marcial, Cayetano Carpio, fue el que me vino a convencer de que participara y que mis hijos fueran militantes del Bloque Popular. Era la gente que más conocía, del primer grupo de las Fuerzas Populares de Liberación, cuando todavía no eran las FPL. Cuando me voy a Nicaragua a trabajar allá, se organiza también otra organización de mujeres que se llamaba AMES. Esa organización ya fue más extensa y más politizada porque ya estaba la guerra y era un apoyo también a la lucha armada.
En AMES publicábamos documentos, revistas, y había varias mujeres organizadas que hacían bastante trabajo organizativo, las nicaragüenses nos ayudaron muchísimo a organizarnos allí. Entre quienes recuerdo que hacia los comunicados de AMES, está Ana María que nos guiaba en muchas cosas, cuando salíamos de viaje nos instruía. Letty de Castro, redactaba muchas cosas, quien ya falleció, su seudónimo era Luz. Estaba Morena, había unas maestras que son las que redactaban todas las cosas, también Emma. Si te pongo a decir son un montón, las del primer grupo se quedaron en San Salvador, casi todas ya murieron, creo que Clarita y Berta Aguiñada están vivas, pero se quedaron del lado del Partido.
¿Tengo entendido que viviste una gran aventura en el desierto del Sahara, podrías contarnos esa experiencia?
Los del Frente Polisario, que son del pueblo saharaui, que tienen su territorio en el desierto. Ellos luchaban por sus territorios en Marruecos, estaban en guerra contra el gobierno de Marruecos. Pues bien, la guerrilla celebraba todos los años el aniversario de la constitución del Frente Polisario, entonces invitaban a varias organizaciones revolucionarias, a las FPL les enviaron una invitación. Pero como en ese tiempo la guerra estaba en pleno apogeo en El Salvador, nadie quería ir porque unos se iban para los frentes de guerra, otros estaban haciendo trabajos en Nicaragua, entonces me nombran a mí como representante. En Argelia me junté con una delegación de los cubanos que eran de la OOSPAL, con ellos me fui hasta los territorios saharaui en pleno desierto y había varias delegaciones de otros países. Una cosa maravillosa, porque es increíble lo que ellos habían hecho en el puro desierto, tenían hospital, tenían escuela, vivían en tiendas de campaña todos, habían formado sus ejércitos. Nos llevaron a ver el museo que tenían donde habían derribado aviones marroquíes. Se hizo una gran parada de todas las organizaciones que desfilaron, nosotros desde una tribuna vimos pasar todo lo que tenían ellos organizados allá; las mujeres, los niños, las escuelas, el ejército y las masas.
Nosotros vivíamos en una tienda de campaña por grupos y vivimos una cosa nueva en el desierto, que allá le decían sirop, una tormenta de viento con arena, que se desprendió aquello y sí tuvimos que encerrarnos. Así que yo cuando llegué a Nicaragua todavía tenía arena en los oídos. Estuvimos cinco días en el desierto, fue una experiencia tremenda, andábamos todo el día con suéter porque el desierto es helado, pero cuando andábamos por el sol, te quema, donde no hay sol es frío.
Ya para el último día, nos comunicaron que andaban unos aviones marroquíes que bombardeaban las zonas militares y era peligroso. Entonces dijeron que teníamos que salir y nos metieron en unos Jeep que íbamos rodeados de ametralladoras antiaéreas, hasta una parte donde llegaban los aviones de Argelia. Había un avión que era de paracaidistas, tuvimos que subirnos en unos asientos de pita y en esos volamos hasta Argelia. De Argelia volamos a Madrid.
Aída, si pudieras tener la posibilidad de volver al pasado, a que época te transportarías?
Si en la vida hubiera repetición, regresaría a mi adolescencia en Sonsonate con toda la familia, a mi abuelo que lo quería con toda el alma, la adolescencia en San Salvador también fue muy bonita por la cantidad de amigos que teníamos, regresaría al tiempo de casada, y el tiempo en que tuve a mis hijos con Roque. Aunque mi vida con él fue muy difícil, tuve que lidiar con muchas cosas, siendo mujer y hombre de la casa. Desde que a Roque lo persiguieron, tenía que ver adonde lo escondían, vivía en la angustia que si salía y lo capturaban y lo cogían preso, que después lo tiraban a Guatemala y yo con mis tres hijos, ¿me entiendes?
Me ayudó mucho mi mamá, mi tía y mi suegra por su puesto. Luego el tener que salir de El Salvador con mis tres hijos chiquitos a Checoslovaquia, país que no conocíamos, una lengua que tampoco conocíamos, donde no había nadie, ningún pariente ni nada, yo era la que tenía que ver por los tres hijos. No había nadie que nos ayudara, pero mis hijos aprendieron a ayudarme y a ser apoyo porque les enseñé que tenían que tener ellos también su tarea, porque yo sola no podía. Roque tenía que irse a su trabajo y si tenían que mandarlo a Rusia, porque había estudiantes y tenía que irse porque era el encargado de ir a ver a los estudiantes. Porque si había un congreso y lo invitaban para Cuba, tenía que venirse para irse. Yo tuve que lidiar, aprendí bastante checo para defenderme, y Roque quiso que los hijos estuvieran en la escuela rusa-soviética, ahí estuvieron casi los tres años y te digo, fue duro para mí.
Mis hijos dicen y yo también, que quizás fue la etapa más tranquila que vivimos con Roque, porque en El Salvador todo era un problema, que fuera a caer preso. Los primeros años de casados también tuvimos una vida, pero fue muy poquito. En Checoslovaquia fue quizás donde el matrimonio estuvo más unido, hasta regresar aquí a Cuba. También vivimos aquí un tiempo mientras él se fue. En este apartamento. Primero en uno muy pequeño que nos dieron pero que no cabíamos y él no podía trabajar. Nos pasaron a este en agosto de 1969, hasta hoy que vivo yo aquí. Aquí escribió Roque. Los vecinos de antes, que ya se murieron, decían “en la noche oímos la máquina de escribir”, yo me tenía que ir a otro cuarto porque no podía dormir; la luz prendida, la máquina escribiendo, me tenía que ir a dormir a otro cuarto. Todas las madrugadas escribía, en el tiempo que podía escribir, escribía. Aquí terminó el libro sobre Miguel Mármol, terminó el libro premiado en Casa de las Américas, y otros. Escribió también en Casa de las Américas porque primero cuando vino trabajó en Radio Habana y después trabajó en Casa de las Américas porque él hacía el periodismo también. Entonces bueno, hasta hoy que estoy yo aquí en La Habana. Hasta que él se fue en el 73, después que se incorporan mis hijos a la guerra, me quedo yo, me voy para Nicaragua a trabajar. Toda mi etapa de viajar y estar en Nicaragua, atender a la gente de la dirección del Partido cuando venían del frente de guerra, yo atendía a toda esa gente, a todos los comandantes que venían de los frentes y en la casa de la Comisión Política. Y ya no te digo más porque tengo que echarle riata a alguna gente, que me olvido, y mejor ya no digo nada.
¿Qué es lo que más extrañas de El Salvador?
Extraño a mis hijos porque siguen viviendo allá. Ya yo con la edad que tengo siento la necesidad de estar más cerca de ellos y de mi hermana, que es la única que tengo, de mis primas, de la poca familia con la que me relaciono. Me gusta salir, me gusta mucho la comida que aquí en Cuba no acostumbran: las tortillas, los tamales, los frijoles fritos, las pupusas, el chilate, los tamalitos de elote y los otros tamales envueltos en hoja, extraño todas las costumbres, la comida, la gente. Me gusta caminar en San Salvador, con lo poco que se puede, pero yo camino, en los centros comerciales. Voy a otra vida, pero cuando ya estoy mucho tiempo quiero regresarme a mi casa aquí en Cuba.
Esta casa está llena de muchos recuerdos.
A esta casa vino una gran cantidad de gente, aquí estuvo Carlos Fonseca, guerrilleros de Guatemala, sandinistas, guatemaltecos, chilenos, bueno de todas partes. Por eso es que allá en El Salvador decía el Ejército, que Roque era el ideólogo de las guerrillas en América Latina, porque todo el mundo venía a buscarlo a él para conversar.
¿Cómo era la personalidad de Roque?
Para mí Roque era un hombre muy abierto para toda la gente, muy conversador. En El Salvador era amigo hasta de los ladrones. Había un famoso ladrón que le decían El Peludo, una noche viniendo de donde unos amigos de la Colonia Guatemala, que estaba cerca, lo quisieron asaltar, y en ese grupo apareció El Peludo y dijo “No, no, no toquen al hijo de la Niña María, es mi amigo y no lo pueden tocar”, y no le hicieron nada.
¿Siempre te gustó el baile, y a Roque?
Roque no era buen bailarín, era patón, bailaba conmigo, pero era loco para bailar. A veces se sentaba en una mesa con un montón de amigos y ahí hablando y hablando y a mi me llegaban a sacar los amigos de él y yo me iba a bailar. Roque era muy conversador, muy amigo, muy caritativo. Roque se quitaba lo que tenía para darles a los que les hacía falta.
Te voy a contar esa anécdota, una vez la Niña María, su mamá, le mandó un par de zapatos nuevos, “Ve, mi mamá me mandó zapatos, qué bonitos están”, se los puso como un par de veces para ir a la Casa de las Américas, pero aquí venía un amigo que era un fotógrafo, el Chino López, tenía la maña de venir a las siete, siete y media de la mañana, que era la hora a la que Roque desayunaba, y ya venía que tenía que desayunar con él. Pues un día, le dijo: “mirá Chino, y esos zapatos que andas que ya no sirven”, “A pues sí, que ya no tengo zapatos”. Fue a sacar los zapatos nuevos y se los dio y así iba dando sus cosas, era desprendido de sus cosas.
Por eso aquí tuvo muchas amistades en Cuba, porque en primer lugar lo buscaban mucho los intelectuales, de aquí todos los que venía, por eso hizo tantas amistades en todos lados de América Latina y Europa también. Hubo un tiempo que el Comité de Defensa daba en la semana una charla ideológica y había uno que era el ideológico y él se fue de viaje, entonces Roque daba la charla política.
¿Quedan vecinos que le conocieron?
Queda Gladys, una señora que vive en el garaje pegadito a la pizzería. Cuando venimos a este edificio ya vivía ella aquí porque su marido era encargado del edificio. Niurka Pérez que vive en la esquina en una casa que tiene un montón de árboles, también lo conoció. Un muchacho que se llama Aurelio, también lo conoció, porque Roque iba a conversar mucho con el padre de él que había sido combatiente en la Sierra Maestra, había sido del Segundo Frente de Raúl y le contaba todas las anécdotas de la guerra. El señor ya ratos se murió, el hijo ahí está. El hijo se sentaba a la par de su papá y por eso conoció a Roque, viene a verme aquí y conversamos de muchas cosas, de política y de cómo está la situación.
Yo viví en Managua en la casa de la Comisión Política, después de que se murió Marcial, con quien pasé tiempo trabajando era con Leonel. Con quien me llevaba yo mucho era con Jesús Rojas, nicaragüense. Se quedaba en mi casa cuando venía, cuando bajaba del frente me mandaba a llamar en Nicaragua. Si hubiera estado vivo él, otra cosa hubiera sido, o quizás me hubiera llevado para Nicaragua, a saber. Porque cuando él se fue para el frente en Chalatenango me dijo “Mira, yo regreso en marzo y en marzo te quiero aquí en Nicaragua”, estaban a punto de firmar los Acuerdos de Paz.
Bueno muchachos… qué tal si caliento los tamales de elotes que trajeron… y luego me hacen un favor, van a la tienda y me compran un ron Habana Club, para que le lleven a Jorge, para sus mojitos…
Los ojos se le habían humedecido, se retiró el micrófono, y caminó lentamente hacia la cocina, un espacio, donde la nostalgia por El Salvador anida amorosamente.